Llegaba del anfiteatro
la música de Schubert:
era el Lied de los Nachtingallen,
que significa “ruiseñor” en alemán,
aunque eso tú no lo sabes
y probablemente no llegues
a saberlo nunca.
No te lo pude explicar
aquel día hirviente
del mes atroz
de 2009,
porque preferiste hacerte fotos
de turista trasnochado,
mientras mi mirada se cruzaba
con la del hombre cadáver.
No me miraste a los ojos
en aquel anfiteatro
donde habrías representado
el mejor Plauto,
Miles gloriosus del siglo XXI,
para salir retratado
en tu Facebook
de dominguero tarado,
que apuesta
quién será el próximo
ganador de Gran Hermano.
No, no los viste:
el corro
de enfangados
y empolvados.
Y no llegarás
a verlos nunca.
¡Qué coincidencia
que el aniversario
fuera aquel día
en que te pedí
que ascendiéramos
a la ruinas!
Embargada por la emoción
te hablé de Fabio Morábito
y sin entender el nombre
me pediste que te enmarcara
entre columnas,
y se me saltaron las lágrimas
porque no soportaba
las fotos de postal
ante las ruinas.
Qué gañán eres,
mi detestado roedor
dientes pequeños,
pues no le diste un beso
a la enlavada
que me puso tiritas en
el alma.
Finalmente
no te filmé
y la cámara
grabó borrosas
embarradas.
Aquello también
te lo perdiste.
24 de agosto de 2009,
después tiempo y polvo.